Ocurrió el 25 de marzo de
1954. Los ceutíes, que aún recordaba la tragedia registrada cinco años antes
con el hundimiento de tres pesqueros que se saldó con 64 víctimas mortales,
volvían a conmocionarse con un nuevo episodio en el que la bravura del mar provocaba
que Ceuta volviese a teñirse de luto. El dragaminas ‘Guadelete’ se hundía en el Estrecho de Gibraltar (a 19 millas del puerto de Ceuta y 30 al sur de Marbella). En esta ocasión, el enfurecido mar acababa
con la vida de 34 de los 78 marineros que componían la tripulación. Sólo se pudieron rescatar 12 cuerpos. Hubo 44 supervivientes. Pese al temporal, el
buque –impulsado a vapor- zarpó del puerto ceutí, donde tenía su base, rumbo a
Melilla. Entre sus escalas figuraban Larache o las islas Chafarinas, destinos
que formaban parte de las labores de supervisión. Una travesía de 120 millas,
que nunca llegó a cubrir. Eran tareas rutinarias. Por eso, pocos entendieron
que el dragaminas de la Armada se arriesgase a navegar en las condiciones en
las que se encontraba el mar. El naufragio se produjo poco después de las seis
de la tarde. 20 horas después de partir del puerto ceutí. El hundimiento del
‘Guadalete’ supuso una importante tragedia, pero el régimen franquista evitó
que tuviera una importante difusión. No se ocultó, pero no tuvo el eco que la
noticia y las víctimas se merecían. De hecho, el diario ABC no incluyó en su
portada este suceso. La información se publicó en páginas interiores.
Informe
Días después del suceso, el
teniente de navío José María González de Aldama, quien aquella trágica noche
estaba al mando del ‘Guadalete’, elaboró un informe dirigido al Ministerio de
Marina en el que exponía lo ocurrido. El citado documento fue rescatado hace
algunos años por el capitán de fragata Luis Mollá Ayuso. En el mismo, José
María González de Aldama refleja que el dragaminas partió del puerto de Ceuta a
las 22,00 horas del 24 de marzo de 1954. Cuando lo hizo, el estado del mar era
de “marejadilla” y soplaba “viento fresco del este”. Tras superar la zona de
Punta Almina, el buque ya comenzó a sufrir seriamente las consecuencias del
temporal. Pasada la medianoche, el comandante del ‘Guadalete’ –según el
informe- se vio obligado a variar el rumbo ante el estado e intensidad del mar.
A las 03,10 horas el jefe de máquinas ya comunicó al comandante que el carbón
era “todo tierra”. Esa mala calidad impedía que el buque pudiera
mantener una potencia mínima para hacer frente a las olas sin perder el
control. No le faltaba razón porque el dragaminas quedó varias veces
“atravesado”.
Sobre las cinco de la madrugada,
según el informe remitido al Ministerio de Marina, el buque cambió su rumbo
dirigiéndose al cabo de Tres Forcas para fondear en Cala Tramontana. En ese
momento, las olas superaban los diez metros de altura y el viento soplaba entre
los 70 y 80 nudos.
Tras una madrugada
infernal, González de Aldama reconoce que se planteó la posibilidad de
regresar. El informe indica que el barco quedó hasta en tres ocasiones
“atravesado”. La primera, a las siete y media de la mañana, cuando se intentó
virar 180º. A media mañana, la situación era insostenible. El temporal seguía
causando estragos en el barco que ya padecía la entrada de agua por diferentes
puntos.
Según explicó José María
González de Aldama, a las 13,10 horas se avistó a lo lejos una corbeta. Posiblemente,
a tenor de lo escrito en el cuaderno de bitácora, se trataba de un buque con
bandera “inglesa” que emitió señales luminosas. Desde el ‘Guadalete’ le
comunicaron que se encontraban en una “situación apurada” requiriendo la
necesidad de ser remolcado. No hubo respuesta. Tampoco por parte de un mercante
que, horas después, navegaba por la zona.
Pasada las tres y media de
la tarde, las máquinas dejaron de funcionar, lo que hizo que el ‘Guadalete’ se
quedara sin control y a merced del mar: “A las 15.35 horas se pararon las
máquinas de nuevo por falta de presión, esta vez definitivamente. El 2º me
comunicó que los marineros que achicaban la caldera de proa no daban de sí lo
suficiente para disminuir el nivel del agua. Teníamos en cubierta toneladas de
agua, quedando solamente en marcha el grupo emergencia diésel, que era el que
suministraba fuerza a la radio y luz al barco”.
El transbordador Virgen de
África zarpó de Algeciras en su búsqueda, pero se vio obligado a regresar ante el
riesgo existente. Tras horas de intensa lucha contra las olas y la bravura del
mar, el comandante González de Aldama ya comenzaba a asumir la dificultad que
entrañaría llegar a tierra. Todo “estaba perdido” -reflejó en el informe- por
lo que comunicó a sus hombres que se refugiaran en cubierta. El naufragio
parecía inevitable: “El buque escoraba ya unos 30 grados. Le ordené (al
contramaestre) preparar las balsas para poderlas echar al agua cuando el barco
se hundiese. Le ordené también que
rompiese con hachas todo lo que quedase a bordo de madera y lo preparase para
lanzarlo al agua. Lo hizo, poniendo al lado de la chimenea todos los
enjaretados de duchas y retretes, todos los tableros del puente y todas las
sillas y maderas”.
La tripulación se vio
obligada a abandonar el barco. Y así lo ordenó el comandante José María
González de Aldama: “Estábamos dentro del puente el almirante Miranda, el
segundo y yo completamente solos. Ambos me dijeron que ellos no se tirarían al
agua si yo no lo hacía y que por favor no intentase ninguna tontería”.
Pocos minutos después de
lanzarse la tripulación al mar, el ‘Guadalete’ se hundió: “No hacía ni unos
minutos que habíamos abandonado el buque cuando lo vimos irse a pique. La mar
nos había separado de él unos 50 metros y se deslizó de popa escorado 90 grados
a estribor, y desapareciendo en muy pocos instantes”, reflejó González de
Aldama en el informe.
Rescate
Los tripulantes que
sobrevivieron al naufragio tuvieron que luchar contras las inmensas olas y el
frío. Tras más de dos horas en el mar, recobraron la esperanza gracias a la presencia de un mercante
de bandera italiana, el ‘Podestá’, que permaneció en la zona mientras los
marineros, dispersos en el agua, lograban con muchas dificultades alcanzar el
buque. Desde el barco se lanzaron las denominadas escaleras de gato por babor y
estribor. 44 marineros lograron salvar sus vidas. Al día siguiente, el
destructor ‘Císcar’ rescató seis cadáves, mientras que otros cinco cuerpos fueron
encontrados en el Mediterráneo, de los que sólo cuatro pudieron ser identificados
antes de ser enterrados en mayo de 1954 en el cementerio de Santa Catalina (Ceuta).
El hundimiento del ‘Guadalete’ se saldó con 23 desaparecidos y 11 fallecidos.
Testimonio
Eumenio Fernández Prieto
fue uno de los cuarenta y cuatro que lograron salvar su vida tras el
hundimiento del ‘Guadalete’. Tenía 21 años cuando sucedió aquella tragedia. Formaba
parte de la tripulación como marinero especialista. Nacido en Ceuta, narraba en Radio Ceuta (Cadena SER) su vivencia: “Entré de guardia a las
doce de la noche, y recuerdo que nada más pasar los isleos de Santa
Catalina, el temporal ya nos estaba dando la paliza. De los golpes de mar, el
agua entraba por todas partes”.
El barco se hundió muy
rápido. Tenía tanta agua dentro que se fue al fondo como una piedra. Menos mal
que no chupó y nos arrastró hasta el fondo”.
Horas antes del naufragio,
los tripulantes tenían claro que tarde o temprano el ‘Guadalete’ acabaría
hundiéndose: “A las siete de la mañana el barco estaba casi sin gobierno. Desde
hacía horas el agua entraba y se quedaba retenido en el interior del barco, que
debido a los golpes de mar había perdido varios botes. Sólo quedó una balsa que
permitió que se salvaran varias personas. Antes de que se hundiera, ya llevábamos
dos horas esperando en el puente a que en cualquier momento tuviéramos que lanzarnos al agua.
Aguantamos todo lo que pudimos. No teníamos otra opción, salvo permanecer en el
barco todo lo que pudiéramos”.
Eumenio no se tiró al agua,
sino que “me caí”. Allí permaneció “más de tres horas” hasta que “llegué al mercante italiano que no podía
acercarse hasta nosotros. No podía maniobrar ni echar botes, por lo que éramos nosotros quienes teníamos que llegar al barco, como pudiéramos”.
No fue fácil. “Estaba
lloviendo y hacía un frío intenso”, explica Eumenio Fernández, quien recuerda
que junto a un compañero “me agarré a un enjaretado de madera”. “Él iba –continúa-
en camiseta y yo en pantalones cortos”. Ambos, sin soltarse, luchaban contra
las olas: “Subíamos y bajábamos. Cuando estábamos arriba aprovechábamos para
mirar, y a lo lejos vimos un barco”.
En plena lucha por la
supervivencia, alcanzaron la proa del mercante: “Algunos subieron por la
escalera de gato, pero nosotros llegamos justamente a la altura del ancla”, rememora
Eumenio Fernández, a quien no le fue
sencillo subir a bordo del barco: “Me echaron un cabo, pero entre el principio
de hipotermia que sufría y que tenía los dedos agarrotados de estar enganchado
a la madera, cuando me empezaron a subir y saqué parte del cuerpo del agua, me
volví a caer. A mi compañero le echaron un cabo con un salvavidas circular, y
pudieron subirlo. Después me lo echaron a mí, conseguí meter los brazos y me
subieron. Cuando llegué a la cubierta, me di por salvado”
Ya a bordo del ‘Podestá’,
lo primero que hizo Emenio fue buscar calor: “Estaba temblando y me situé en
las inmediaciones de la caldera. Allí estuve un tiempo hasta que noté que el
barco estaba navegando y me reencontré en un salón con mis compañeros a los que
abracé”. Y no pudo evitar llorar.
El mercante puso rumbo al
puerto de Gibraltar. Después, los supervivientes fueron traslados a Algeciras.
Algunos fueron ingresados en el hospital y otros permanecieron en un hotel
hasta que “un barco de guerra nos llevó a San Fernando”.
Se les dio opción de elegir destino, pero sin embargo, en el caso de Eumenio Fernández, la Armada desestimó su petición y le asignaron otro dragaminas con base en Ceuta.
Se les dio opción de elegir destino, pero sin embargo, en el caso de Eumenio Fernández, la Armada desestimó su petición y le asignaron otro dragaminas con base en Ceuta.
A la hora de analizar qué
ocurrió aquel trágico día, Eumenio Fernández considera que fueron muchos los
motivos que provocaron el hundimiento del ‘Guadalete’. El primero, el “haber
salido a navegar aquel día con el temporal”. Además, “íbamos con más dotación
de la cuenta, ya que íbamos a trasladar a Melilla a varios soldados que se
habían licenciado”. Y otro de los motivos que pudieron influir fue “el mal estado
del barco”.
“Nos
prohibieron hablar”
Tras el hundimiento del ‘Guadalete’,
la Armada prohibió que la tripulación hiciera cualquier declaración pública
sobre lo sucedido: “Nos dijeron que no habláramos con la prensa y en aquel
tiempo no se podía hablar. Lo que decían había que cumplirlo, y más si éramos
militares”, afirma resignado Eumenio Fernández que durante décadas guardó un
respetuoso silencio.
El mismo tiempo que tardó
la Armada en reconocer a los supervivientes del dragaminas. Quizás llegó
demasiado tarde. Sobre todo, porque muchos de los que lograron salvar su vida
aquel 25 de marzo de 1954 no pudieron disfrutar de ese merecido homenaje. 65 años después de aquel trágico naufragio, la
Comandancia Naval de Ceuta ha vuelto a recordar a las víctimas mortales y destacar la lucha contra la ferocidad y
crueldad del mar por parte de los héroes anónimo que conformaban la tripulación
del ‘Guadalete’.
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