Han sido muchos los
deportistas ceutíes que han brillado y logrado grandes éxitos en diferentes
modalidades. Pero de ellos, tan sólo cuatro han participado en unos Juegos
Olímpicos: José Ramón López Díaz-Flor, Antonio Pérez Cospedal (Tokio 1964),
Guillermo Molina (Atenas 2004, Pekín 2008, Londres 2012 y Río de Janeiro 2016) y Lorena Miranda (Londres 2012). A esta lista
hay que unir el nombre de Regino Hernández (ceutí afincado en Málaga), quien a
sus veinticinco años ya ha representado a España en dos ocasiones en unos
Juegos Olímpicos de Invierno (Vancouver 2010 y Sochi 2014). De los cinco
deportistas ceutíes, tan sólo José Ramón López Díaz-Flor y Lorena Miranda han
conseguido una medalla olímpica. El piragüista lograba la medalla de plata en
Montreal’76, mientras que la waterpolista obtenía un más que meritorio
subcampeonato olímpico en el año 2012 en las Olimpiadas de Londres.
El pasado 31 de julio se
cumplían cuarenta años de aquella histórica final en la que el K-4 compuesto
por José Ramón López Díaz-Flor, Herminio Menéndez, José María Esteban Celorrio
y Luis Gregorio Ramos conseguían la medalla de plata en los Juegos Olímpicos de
Montreal 1976. Un segundo puesto, que pese a lo que supuso para el deporte
español, dejó un sabor agridulce entre los artífices de aquel logro. Cuatro
décadas después aún recuerdan aquella final con cierta impotencia, ya que
partían como favoritos para haberse colgado la medalla de oro. Incluso José
Ramón López Díaz-Flor utiliza el término fracaso: “El segundo puesto en los
Juegos Olímpicos de Montreal fue un fracaso porque nuestra embarcación en ese
momento era superior a la de todos los países. Éramos favoritos, por lo que la
plata fue amarga”. Lo que pudo ser y no fue, no debe restar mérito a aquel
segundo puesto. Una segunda posición que en Ceuta se celebró como un gran
triunfo. Era la primera vez que un ceutí conseguía una medalla olímpica.
Final
A las seis de la tarde del 31
de julio de 1976 se disputaba la final de 1.000 metros en K-4. La embarcación
española fue superada por los representantes rusos por tan sólo veintiséis centésimas.
Se escapaba el oro por muy poco. “Entramos casi a la vez, de hecho, tardaron un
montón de tiempo en darnos los resultados”, recordaba recientemente José Ramón
López Díaz-Flor en el diario El País. El piragüista ceutí también rememoraba
aquella carrera: “Nosotros íbamos por la calle 5, los rusos por la 2, estaban
más protegidos por el viento. Vimos a los rusos tirar, y pensamos: se van a
morir. Murieron los rumanos, no los rusos”.
Su testimonio coincide con el del ceutí Rafael Bringas, primer
entrenador de Díaz-Flor, y quien también viajó a Montreal formando parte del
cuerpo técnico del equipo español de piragüismo. Fue testigo directo de aquella
final, y achaca a la influencia del viento el hecho de no haber logrado la
medalla de oro: “Había calles en las que el viento soplaba más que en otras. A
los rusos no les afectó porque iban por la calle número dos. El K-4 español fue
primero durante los setecientos cincuenta primeros metros, pero en la recta
final, los rusos se vieron protegidos del viento por las gradas, y les
benefició”.
El diario ‘El Mundo
Deportivo’ resaltaba en su edición del 1 de agosto de 1976 la gesta de los
piragüistas españoles, subrayando su superioridad durante toda la carrera y la
ajustada victoria rusa. Así lo resumía en la crónica publicada aquel día: “[…] Al comienzo de la prueba comenzó a llover
ligeramente y el viento cambió su dirección, soplando un nordeste a ráfagas. La
salida fue fuerte y España se puso en cabeza, seguida por Rumanía y la Unión
Soviética. A los 250 metros, los españoles sacaban 58 centésimas de segundos a
los rumanos y a los 500 metros tenía una ventaja de 40 centésimas sobre los
soviéticos, que ya habían desplazado a Rumanía. El ritmo de palada de los
españoles era impresionante, pero los soviéticos sostenían el tren con la misma
pujanza por lo que la emoción aumentaba. A los 750 metros, Rumanía hizo su gran
último esfuerzo y pasó al primer lugar, con 49 centésimas sobre España, pero
pagaron su esfuerzo hundiéndose en los metros finales. Estos metros fueron
disputados palmo a palmo entre España y la Unión Soviética. Chuhray, Degtiarev,
Filatov y Morezov, con la mejor tradición de los remeros del Volga,
consiguieron un aceleramiento final impresionante en su calle 2 mientras en la
5 los españoles parecían dejarse el alma sobre la embarcación para conseguir el
oro. La llegada fue cerradísima, en una cara y cruz que sólo dependía de la
palada al llegar a la meta. Así fue el oro para la URSS y la plata para España
[…]”
Recibimiento
Cuatro días después de haber
logrado la medalla de plata en Canadá, José Ramón López Díaz-Flor junto a
Rafael Bringas fue recibido como un auténtico héroe en el puerto ceutí. Fue una
auténtica fiesta con la participación, incluso, de un grupo de majorette y
banda de música. El por aquel entonces alcalde, Alfonso Sotelo Azorín
acompañado por, entre otros, el delegado de Educación Física y Deportes y una
amplia representación del CN CAS –club al que pertenecía Díaz-Flor, presidieron
el recibimiento en el puerto, donde también se dio cita un desatacado número de
ceutíes que no quisieron perderse la llegada del medallista olímpico a su
tierra.
Campeonato
del Mundo
Un año antes de lograr la
plata en Montreal 1976, José Ramón López Díaz-Flor cosechaba su primera medalla
de oro en el Campeonato del Mundo en la distancia de 1.000 metros (K4)
disputada en Yugoslavia. Ese título suponía el primero en la historia del
piragüismo español. Más de cuatro décadas después, aquella medalla de oro sigue
siendo para José Ramón López Díaz-Flor el triunfo más importante de su carrera:
“Para mí tiene más valor el primer campeonato del Mundo que la medalla
olímpica”, reconocía hace unos meses en una entrevista emitida en Radio Ceuta
(Cadena SER). En ese Campeonato del Mundo también lograba la medalla de bronce
en la modalidad de relevos (500 metros), compartiendo pódium con el también
piragüista ceutí Martín Vázquez López. En el palmarés de Díaz-Flor figuran,
entre otros muchos logros, seis medallas (una de oro, cuatro de plata y una de
bronce) en citas mundiales.
Residencia
Blume
Desde el año 1988, José Ramón
López Díaz-Flor es el responsable de la Residencia Blume y actualmente dirige
el Centro de Alto Rendimiento en Madrid. Su nombramiento se produjo a
instancias del que fuera su compañero de tripulación en el K-4 que conseguía la
medalla olímpica en 1976. “Era funcionario en la Delegación Provincial de
Ceuta. Aunque desconozco en profundidad lo que ocurría, pero al parecer existía
serios problemas de interrelación entre los deportistas y el propio Consejo
Superior de Deportes, y a instancias del que fue mi compañero de embarcación
Herminio Menéndez, me llamó el entonces secretario de Estado, Gómez Navarro; me
ofreció el cargo y acepté. El reto me motivaba porque estaban próximos los Juegos
Olímpicos de Barcelona”, recuerda Díaz-Flor, quien tras comprometerse con el
secretario de Estado, surgió un inesperado inconveniente: “Vuelvo a Ceuta
después de reunirme en Madrid, y cuando transmito en casa el ofrecimiento, mi
mujer me dice que ella no se quiere mover de Ceuta. Me vine a Madrid solo,
hasta que terminó el curso académico”.
En febrero de 1988 asumió la
dirección de la Residencia Blume. Desde el punto deportivo, José Ramón López
Díaz-Flor contaba con la experiencia acumulada como residente de la misma
durante su etapa como deportista, pero no así de la gestión de un centro de
estas características, por lo que “lo primero que hice fue inscribirme en un
master de Dirección y Administración de Entidades Deportivas en la Universidad
Complutense para adquirir conocimientos en la gestión de personal y administrativa”. Díaz-flor reconoce que los
inicios no fueron fáciles: “Se me hizo duro. Hacía muchos años que ya había
dejado de estudiar y me costó bastante”.
Tras veintiocho años al
frente de la Residencia Blume -tiempo al que hay que sumar su etapa como
deportista - toda la vida de Ramón López Díaz-Flor ha estado ligada al deporte:
“Siempre ha sido mi pasión. Es mi trabajo, pero también el deporte es mi vida
porque vivo en la residencia, y lo vivo durante veinticuatro horas al día”.
Durante estas casi tres
décadas que Díaz-Flor acumula como director de la Residencia Blume y máximo
responsable del Centro de Alto Rendimiento de Madrid, han sido numerosos los
deportistas que han estado bajo su tutela. Muchos de ellos han alcanzado
grandes metas en diferentes modalidades deportivas. Un ejemplo reciente es el
de Carolina Marín. Para Ramón López Díaz-Flor son “como mis hijos, con los que
vivo cada día desde sus cuestiones más personales o reservadas hasta los
estudios, y por supuesto su carrera deportiva”. Y con ellos comparte los triunfos, las
decepciones o los momentos duros cuando sufren alguna lesión. No oculta –y así
lo reconoce- que llega a emocionarse cuando algunos de estos deportistas
cumplen sus objetivos, o se lesionan.
Dicen que nadie es profeta en
su tierra, pero José Ramón Díaz-Flor es –y se siente querido en su ciudad natal.
Desde hace años un polideportivo lleva su nombre, al igual que el trofeo que
anualmente entrega el ICD al mejor deportista ceutí del año: “Me siento
congratulado de que una instalación lleve mi nombre. Y si no fuera sido así, me
hubiera dado igual. Yo, me siento caballa; y cuando voy a Ceuta me encanta
pasear por sus calles. Voy a todos los sitios andando porque me gusta disfrutar
y sentir sus calles”.
Como ceutí, y como director
de la Residencia Blume, una circunstancia que le satisface personalmente es
“encontrarme en las instalaciones que dirijo con gente de Ceuta. Y pone como
ejemplo cuando coincidió con Guillermo Molina: “Es un baluarte del deporte
nacional, y supuso un orgullo personal que él me reconociera como una figura y
destaca los éxitos deportivos de mi carrera”.
Los recientes éxitos del
piragüismo español en los Juegos Olímpicos de Río de Janeiro son los últimos
logros para un deporte que cosechó su primera medalla olímpica hace cuarenta
años. Con José Ramón López Díaz-Flor y compañía se iniciaba una nueva etapa. Con
ellos comenzó todo.
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