domingo, 6 de diciembre de 2020

ANTONIO ESCOBAR HUERTA: EL CEUTÍ OLVIDADO


Su lealtad le costó la vida. La historia de Antonio Escobar Huerta estuvo marcada por las contradicciones, o por la ironía. Era católico, pero se mostró fiel a la República Española. Una dualidad que generó desconfianza en su propio bando. Finalizada la Guerra Civil, fue fusilado por orden directa de Francisco Franco. Murió con un crucifijo en la mano. Incluso, uno de sus hijos combatió defendiendo los intereses franquistas, mientras él seguía cumpliendo su juramento de defender al Gobierno legalmente constituido. Paradojas que engrandecen la vida de este ceutí, que pese a poder huir a Portugal, prefirió asumir una futura sentencia de muerte. 

Hijo de Ramón Escobar Fernández y Dolores Huerta Martín, Antonio Escobar Huerta (14 de noviembre de 1879 – 8 de febrero de 1940) nació en el edificio situado en Calle Real, 40 (mismo inmueble en el que años antes había residido Agustina de Aragón). Su padre, militar de profesión fue destinado a Ceuta a finales de 1878, por lo que su nacimiento en esta ciudad fue casual. Apenas permaneció cuatro años, puesto que en 1882 su familia se trasladaba a Sevilla. Antonio Escobar ingresó, a los 17 años de edad, como soldado voluntario. Tras ascender a sargento inició en Trujillo su preparación de acceso al Colegio de Oficiales de la Guardia, en el que ingresó en 1899. En 1915 ascendió a teniente, y tras estar destinado en distintos puntos fue promovido a capitán. Pasó por Madrid, Toledo, Ciudad Real y Huesca antes de que se produjera su ascenso a coronel, siendo destinado al 19º Tercio de la Guardia Civil (Barcelona). 
En 1938, fue nombrado General de la Guardia Nacional Republicana, aunque no le fueron reconocidos los ascensos logrados durante la Guerra Civil, por lo que en el Consejo de Guerra figura con la graduación de coronel. 



INICIO GUERRA CIVIL 

El 18 de julio de 1936, según expone Daniel Arasa en el libro titulado 'Entre la República y la cruz', el comisario general de orden público de la Generalitat, Frederic Escofet se reunió con el general José Aranguren (máximo responsable de las Fuerzas de Seguridad de Cataluña) y los coroneles de la Guardia Civil, Antonio Escobar (19° Tercio Urbano) y Francisco Brotons (Tercer Tercio Rural). En este encuentro se decidió que los efectivos de la Guardia Civil se concentrarían en los dos principales acuartelamientos de Barcelona. 
Daniel Arasa afirma en su obra que Antonio Escobar defendió al gobierno legalmente constituido por "coherencia porque su norte era el sentido de la fidelidad y el incumplimiento de los compromisos adquiridos”, destacando su lealtad. Por ello –añade- fue fiel al Gobierno legítimo de cada momento. Primero con la Monarquía y posteriormente con la República”. El papel de la Guardia Civil en los primeros días, con Antonio Escobar al frente, fue fundamental para que no prosperara el golpe militar en Barcelona, pese a que muchos de sus mandos se mostraron partidarios del levantamiento por parte del bando franquista. 

TRAGEDIA DEL COVENTO DE LOS CARMELITAS 

El 19 de julio de 1936, militares sublevados pertenecientes al Regimiento de Caballería ‘Dragones de Santiago’ (Gerona) al que se había unido un grupo de Guardias Civiles afín al bando nacional mantuvo un enfrentamiento con milicianos en diferentes calles de la capital catalana. Tras verse asediados, se refugiaron en el convento de los Padres Carmelitas. Los religiosos atendieron a los heridos y suministraron alimentos a los militares y guardias. Cientos de personas, muchas de ellas armadas, aguardaban fuera. Una vez tomaron posiciones en el interior del convento, se produjo un nuevo intercambio de disparos, lo que agravó aún más la situación. Ya al día siguiente, hubo un primer intento de negociación para que los rebeldes se rindieran, pero fue infructuoso. Conforme pasaban las horas, la tensión crecía, por lo que Antonio Escobar decidió enviar a fuerzas de la Guardia Civil para proteger el exterior del convento y evitar que los republicanos accedieran al mismo. 
El objetivo, según el propio Escobar declaró en su defensa, era evitar una “catástrofe”. Pero los planes no salieron como él esperaba. Antonio Escobar se personó en el convento para, personalmente, negociar la rendición. Tras dialogar con Francisco Lacasa Burgos, coronel de Caballería que estaba al frente del Regimiento, logró convencerle de que abandonaran el lugar, prometiéndoles que les acompañaría en su salida. Cuando ésta se produjo, los republicanos rompieron el doble cordón de protección formado por los Guardias Civiles provocando la muerte de los militares y de tres frailes. 

EJÉRCITO DEL CENTRO 

Debido a la confianza que el presidente de la República, Manuel Hazaña tenía depositada en Antonio Escobar, el ceutí se incorporó al Ejército del Centro, combatiendo a partir de septiembre de 1936 para frenar el avance de las tropas sublevados hacia Madrid. El Ejecutivo central solicitó refuerzos desde Cataluña. Antonio Escobar estuvo al mando de una columna en el frente del Tajo y en la ciudad de Madrid. Precisamente, en la capital resultó herido en su el brazo izquierdo. Fue trasladado al Hotel Ritz de Madrid (convertido en ese momento en hospital militar). Allí permaneció varios días antes de ser trasladado a Barcelona, donde fue operado. No se reincorporó hasta marzo de 1937. Una vez recuperado -aunque le quedaban secuelas- fue nombrado responsable de Orden Público de Cataluña, situándose al frente de la Jefatura de Orden Público y de la Jefatura Superior de la Policía de Barcelona. 
El 5 de mayo, cuando se dirigía a la Consejería de Gobernación de la Generalitat para tomar posesión de su nuevo cargo sufrió un atentado, resultando gravemente herido en los denominados 'Sucesos de mayo' o 'Hechos de mayo'. Uno de los proyectiles -informaba la nota oficial- le penetró por el costado derecho atravesando el pulmón. Según Daniel Arasa “surge la duda de si fue un atentado dirigido selectivamente contra su persona, o contra el responsable de orden público con independencia del titular, o simple resultado de los tiroteos indiscriminados entre las facciones enfrentadas, pero al margen de la persona o cargo”. El autor de ‘Entre la Cruz y la República’, basándose en la ausencia de documentos o en la falta de reivindicación por parte de algún grupo anarquista, concluye en su libro que “el grupo que disparó contra Escobar cuando llegaba a Gobernación hizo fuego contra alguien que iba en el coche. Como era un coche oficial y llegaba a Gobernación sería algún jefe policial, militar o cargo político que en aquella circunstancia los francotiradores daban por seguro que era enemigo, pero sin saber a ciencia cierta de quien se trataba”. 
Tras recuperarse de las graves heridas sufridas, haciendo honor a su profunda devoción cristiana, solicitó permiso a Manuel Azaña para viajar al santuario de la Virgen de Lourdes y poder cumplir una promesa. A pesar de poder quedarse en Francia -algo que muchos mandos pensaron- Antonio Escobar regresó a España, siendo destinado al Ejército de Levante participando en la batalla de Brunete y combatiendo en la zona de Teruel. A finales de 1938, Antonio Escobar fue designado para dirigir el Ejército de Extremadura. Su cuartel general estaba situado en Almadén (Ciudad Real), cambiando posteriormente su sede a la localidad manchega de Piedra Buena. 



DETENCIÓN Y POSIBILIDAD DE HUIR 

Antonio Escobar permaneció al frente del Ejército de Extremadura hasta casi el final de la Guerra Civil. Ante el avance, ya irremediable, de las tropas nacionales, el general ceutí se mostró partidario de rendirse y alcanzar un acuerdo de paz con Franco. Otros muchos militares republicanos también entendían que era la mejor opción, pero no todos pensaban así. Entre ellos, Juan Negrín, presidente del Consejo de Ministros de España. Según Daniel Arasa, Escobar consideraba que la guerra estaba perdida y había que “acabar con el inútil derramamiento de sangre”. 
El 27 de marzo de 1939, Antonio Escobar se desplazó a Valdepeñas. Allí recibió una llamada telefónica del general Juan Yagüe. Declinó ponerse al teléfono. A través del comandante militar, Yagüe le ofreció a Escobar viajar al puerto de Valencia y abandonar España. La respuesta, según recogía la publicación ‘Historia y vida’ fue rotunda: “Conteste a Yagüe que no temo a nadie ni a nada y que me voy a Madrid, en donde me quedaré”. Ante esta situación, el general Yagüe le ordenó que se dirigiera a Ciudad Real. El 29 de marzo, Antonio Escobar fue detenido en el Casino Militar, tras entregarse junto al Jefe de Estado Mayor, el teniente coronel Ramón Ruiz Fornells. Dos días más tarde concluía la Guerra Civil. 


CONDENA DE MUERTE 

Cuatro días después de su detención, Antonio Escobar ingresó en la cárcel provincial de Ciudad Real, donde permaneció hasta el 7 de abril antes de ser trasladado a la prisión de San Antón (Madrid) y posteriormente –también en la capital- a la de El Cisne. En Madrid se produce la apertura de un procedimiento sumarísimo ordinario ante el Juzgado Especial de Jefes y Oficiales (Número 1576). El 26 de septiembre la Audiencia madrileña se inhibió a favor de la de Barcelona basándose, según Daniel Arasa, en una orden de “busca y captura” fechada en febrero de 1939. A finales de octubre se reabría en la Ciudad Condal una pieza separada de la Causa 1/39 contra “el coronel Antonio Escobar Huerta por rebelión militar”. 

El 7 de diciembre fue trasladado a la prisión del Castillo de Montjuic. Y el 21 de ese mismo mes se iniciaba el Consejo de Guerra en el que el Tribunal fallaba que “debemos condenar y condenamos al procesado, coronel de la Guardia Civil, don Antonio Escobar Huerta, como autor de un delito de adhesión a la rebelión a la pena de muerte, con la accesoria, caso de indulto, de pérdida de empleo y como responsabilidad civil la que en su día se determine con arreglo a las vigentes disposiciones”. Tras la celebración del Consejo de Guerra se iniciaron los trámites pertinentes para que se cumpliera la orden dictada por el tribunal. Sin embargo, la rúbrica por parte del capitán general no se produjo hasta el 6 de febrero de 1940. 

No era habitual que transcurriera tanto tiempo entre la sentencia y su ejecución. Daniel Arasa argumenta en el libro ‘Entre la cruz y la República’ que “había ocurrido algo infrecuente: muchas personas de diversos niveles y orígenes deseaban salvar a Escobar y las peticiones de clemencia llegaron al propio general Franco”. No sirvió de nada, pese a que militares de alto rango del bando nacional o destacados cargos del clero solicitaran su indulto. Ni siquiera la petición realizada desde el Vaticano hizo cambiar de idea a Francisco Franco. Su devoción religiosa, el que su hermana e hija fuesen monjas adoratrices o que uno de sus hijos falleciera combatiendo en el bando franquista (Batalla de Belchite) no se tuvo en cuenta. También hubo presiones para que se ejecutara la sentencia. 
Tras la firma del auto por parte del general jefe, Francisco Franco confirmaba el cumplimiento de la condena recogida en la Causa 1/39 (Pieza separada 1576): “Habiéndose dado por enterado su Excelencia el Jefe del Estado de la sentencia dictada por Consejo de Guerra de Oficiales General, en la presente causa, vuelva a su Instructor para que dé cumplimiento a la misma con arreglo a las Ordenanzas”. 


FUSILADO CON UN CRUCIFIJO EN LA MANO 

En la madrugada del 8 de febrero de 1940 se ejecutó la sentencia. Dos horas antes solicitó despedirse de su hijo, quien también se encontraba encarcelado en Montjuic. Le pidió que no guardara rencor. Acudió a la capilla del castillo para confesarse y oír misa. Allí permaneció hasta las cinco menos cuarto de la mañana. Tras despedirse de sus familiares, entre ellos su nuera, a quien le insistió que “no guardara rencor por lo que iba a pasar”, Antonio Escobar fue trasladado al foso. Poco antes de la ejecución –según el testimonio de su abogado Sierra Valverde- solicitó un abrigo manifestando: “Mande a un ordenanza que me traiga el abrigo; esto va para largo y hace frío. Si tiemblo, no vayan a creer que es del miedo”. 
Él mismo ordenó al teniente encargado del piquete que cuando izara el crucifijo sería la orden del inicio de la descarga. Cuando el pelotón ya se encontraba de rodillas preparado para llevar a cabo el fusilamiento, besó el crucifijo y lo levantó, produciéndose en ese momento la ejecución. Curiosamente, y a modo de homenaje, un destacamento de la Guardia Civil y una unidad militar le rindieron honores militares. 
Daniel Arasa destaca en su libro que Antonio Escobar “tuvo algunos privilegios tanto respecto al resto de los mandos de la Guardia Civil juzgados por la misma causa, como a muchos militares y políticos republicanos”. Entre esas concesiones figuraban “su internamiento en el castillo de Montjuïc” o que sus familiares “pudiesen verle antes de morir”. Sin embargo, años después, Antonio Escobar Valtierra, hijo del general ceutí solicitó trasladar los restos de su padre y de su hermano –fallecido durante la batalla de Belchite defendiendo los intereses franquistas- al Valle de los Caídos. Sólo se llevó a cabo la exhumación de su hermano. 


LAS MEMORIAS DE ANTONIO ESCOBAR, AL CINE 

Tal fue la relevancia alcanzada por Antonio Escobar durante sus últimos años, que su vida fue llevada al cine, centrándose en el período de la contienda. Dirigida por José Luis Madrid, en el año 1984 se estrenaba ‘Memorias del general Escobar’. La película fue protagonizada por Antonio Ferrandis, quien interpretó al militar ceutí. En el reparto también figuraban Elisa Ramirez, Luis Prendes, José Antonio Ceinos, África Prat, Francisco Piquer, Pedro Valentín o Jesús Puente. El capitán Pedro Masip Urios, ayudante de campo del general Escobar fue el autor del guion. Además de numerosas publicaciones y referencias en diferentes revistas y libros, se han editado dos obras dedicadas exclusivamente a la vida de Antonio Escobar. Una de las más conocidas (y exitosas) fue ‘La guerra del general Escobar’, novela de José Luis Olaizola y ganadora del Premio Planeta 1983. 
El segundo libro protagonizado por Antonio Escobar -al que hemos hecho referencia a lo largo de este reportaje- es ‘Entre la cruz y la República. Vida y muerte del general Escobar’, obra de más de 500 páginas y cuyo autor es Daniel Arasa. Está considerada la primera biografía oficial del militar ceutí. 
A estos dos libros debemos añadir ‘L’Espoir’, una novela del francés André Malraux basada en la Guerra Civil e inspirada en la vida de Antonio Escobar, aunque sin nombrarlo explícitamente. El personaje del coronel Jiménez recuerda a su figura. 


TESTIMONIOS 

Daniel Arasa, autor de ‘Entre la cruz y la República. Vida y muerte del general Escobar’ destacaba en una entrevista emitida en Radio Ceuta (Cadena SER) la importancia de la figura del militar ceutí. Y lo hacía de forma rotunda: “Es un personaje de primer nivel y extraordinario. Su fase final de vida es impresionante”. Algo que justifica el interés que históricamente ha despertado su trayectoria, especialmente durante la Guerra Civil. 
El nieto de Antonio Escobar, José Luis Escobar también coincide en que su historia es “apasionante”, subrayando su fidelidad: “Quizás no compartía la ideología que propugnaba pero fue un hombre de principios y fue fiel a la Monarquía, a la República y a la ley que él juró defender. Le fusilaron por defender los principios de unidad de España y por cumplir la ley a rajatabla”. 
Pese a su relevancia, Antonio Escobar durante años ha sido un gran desconocido. O quizá un gran olvidado. “Durante la posguerra –expone Arasa- aquellos que fueron ejecutados por el franquismo, se les silenció. A todos. Por otro lado, se ensalzaba a los que habían sido asesinados por los republicanos. Hubo cierta tendencia en los últimos años a lo contrario. En el caso de Escobar, era incómodo para los dos bandos porque para los nacionales era un hombre que luchó y que defendió la República hasta el final. Y para los republicanos, especialmente para los sectores comunistas o anarquistas, era un católico ferviente, un hombre que representa el paradigma de la reconciliación entre ambas partes, de las dos Españas. ”. Por ello, concluye Daniel Arasa, “a algunos nos les interesaba darle relieve a su figura porque en cierta forma chocaba con la tendencia de reivindicar a otras que habían sido hostiles al franquismo. Por unos y otros, quedó en el olvido”. Afortunadamente, las diferentes publicaciones sobre su vida han permitido que no se olvidara del todo. 
Ese ostracismo durante el franquismo era algo previsible. Incluso para el propio Antonio Escobar: “Mi abuelo antes de morir -recuerda José Luis Escobar en Radio Ceuta- dijo que no le importaba perder la vida, sino lo que vendría después de la muerte, y las consecuencias para su familia”. Según declaró su nieto en un reportaje publicado en ‘El Español’, no se equivocó: “Nos machacaron. Detuvieron dos veces a mi padre. Expoliaron los bienes de la finca que tenía la familia en Navalcarnero. A mi padre, e incluso a nosotros, sus nietos, nos costó muchísimo encontrar empleo por los chivatazos". 
A juicio de Daniel Arasa “es muy bueno que olvidemos las rencillas o los enfrentamientos, pero precisamente Escobar representa la reconciliación. Él perdonó a todos y fue una persona que ni siquiera en sus últimos días no demostró ansias de venganza”. Por ello, considera que “es una figura que nos puede venir bien para darse cuenta que merece la pena recordar a estas personas porque fue un ejemplo en todos los aspectos”. Desde hace años, José Luis Escobar viene indagando sobre la figura de su abuelo. Ha sido autodidacta en este sentido porque “mi padre nos contó muy poco de su vida y de la de mi abuelo durante la guerra porque los militares no solían contar a la familia lo que pasaba”. José Luis Escobar asegura que “los que más sabían” sobre la vida de Antonio Escobar eran “mi padre, como hijo y militar; y mi madre”. 
En relación a la gran devoción religiosa que profesaba Antonio Escobar, su nieto afirma que “le llevó bastantes tensiones con aquellos compañero que eran contrarios a su forma de pensar. Tuvo una hermana y una hija adoratriz, y la religión era uno de sus pilares”. Aunque no existe documentación oficial que lo acredite, al parecer se llegó a cursar una petición de indulto a Roma. “No es oficial –reconoce Daniel Arasa- pero es muy posible que ocurriera porque era un hombre reconocido por sectores católicos. Es prácticamente seguro que se hicieran gestiones y estoy convencido que se solicitó el perdón”. 
Antonio Escobar apenas vivió en Ceuta cuatro años. Cuando se marchó era muy pequeño, por lo que los recuerdos de su estancia en su tierra natal serían muy pocos, pero sin embargo “se sentía muy ceutí”, expone José Luis Escobar, quien manifiesta que “siendo capitán viajó un par de veces a Ceuta”. Sobre el poco reconocimiento que ha tenido a lo largo de los años en la tierra donde nació, a Daniel Arasa no le extraña. Tampoco a su nieto que reprocha que “nadie en Ceuta se haya interesado”. Lo mismo ocurre en Cataluña. No cabe duda que en tierras catalanas o en su tierra natal, la figura de Antonio Escobar Huerta se merece un reconocimiento público por parte de las autoridades. Pocos ceutíes tuvieron la relevancia del general Escobar. No es cuestión de rectificar –que también- pero sí hacer justicia con un ceutí ilustre.

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